2 de marzo de 2012

Sí que precipita.

Como un corazón desbocado, día tras día me despierto y acabo acostándome aturdida de emociones.
Día tras día, me confundo.
Qué se puede esperar encontrándome ante los apuntes de química, con una hoja entera de ejercicios tachados, por nerviosismo, por una minúscula ansia de vida, por encontrarme a mí misma ante ello, ante problemas que no comprendo, ante el curso que se precipita.
Nunca me acabo de entender, nunca, jamás me he comprendido. ¿Y tú, me comprendes? ¿Puedes encontrarme?
No sé hacer algo. Pues bien, intento hacerlo, y lo intento de verdad. Esfuerzo, en cualquier ámbito de la vida (excepto en el disfrute, claro) para conseguir únicamente el mérito de que he conseguido hacerlo. Sólo cuando consigo hacerlo, esforzándome en la encrucijada, me pregunto: ¿y para qué? ¿Para qué saber, conocer, para qué si vuelvo a lo mismo? ¿Para qué si vuelvo a tener ansias de vivir, de sentir, en cada momento? Nadie más excepto yo me premiará por hacer lo que quiero.
Quizá necesite tiempo, durante este curso, para comprender todo cuanto estoy llevando a cabo. ¡No me dejo tiempo para pensar! Me encantaría tener más tiempo de descanso, de charlas, de amigos. Piano, sí, lo siento, lo llevo al día, lo vivo al máximo, lo estudio, lo manejo con libertad y dedicación, adoro el piano. Pero añoro el tener más tiempo para estudiarlo, como en verano, que me aferraba a él día tras día, horas, y horas. Biología, química, ciencias medioambientales; son materias geniales, interesantes, infinitas, mas no he podido pararme a explayarme en ellas, a indagar, a admirar la ciencia. Historia de la música, ojalá pudiera leerme todos los pequeños tratados de historia de la música que tengo en mi estantería, mudos, esperando mi tiempo para asaltarme por las noches. Francés, genial, prometo dedicarte tiempo tras el verano, o eso espero... Componer, vaya, me encantaría componer... Libretita...
Pero todo esto es una absurda encrucijada. Todo me conduce hacia lo mismo, y estoy intentando hacer todo cuanto quiero, todo cuanto me gusta. Sin embargo, me gustan demasiadas cosas, y entre toda la incertidumbre, me intento encontrar.
Donde erradica el problema es en los momentos fugaces donde me encuentro, que me hacen comprender, a grandes rasgos, lo que me ocurre. No son más que momentos, ya te digo, pequeños encuentros con un bienestar general, inmenso, en paz con mi identidad, y con mi ignorancia en tantas cosas. Soy yo, y como soy feliz, me encuentro en mí misma. Hoy, por ejemplo, he tenido bastantes de estos momentos: un abrazo, una interpretación, una sonrisa,...
Pero en estos momentos, no me entiendo. No entiendo mi manera de no actuar, de ser impasible, de no moverme físicamente, de no gritar.
Pero y si gritara, ¿qué ocurriría? ¿Se rompería algún cristal?
El libro de texto cerraría los ojos. Pero yo, con mirada acusadora, quedaría en una imagen petrificada en gris en mi escritorio.
Y seguiría de gris, con una mente de fuegos artificiales y el alma ardiente, esperando de nuevo un momento de vida máxima, una simple sonrisa, uno de aquellos silencios hechos a cosa hecha para ver, observar, deshacernos y precipitar todos contra todos. ¡Sentir...!

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