27 de febrero de 2012

Los pájaros...

Es curioso cómo un pequeño momento de música puede hacerte cerrar los ojos.
Es incluso más curioso aún que, aún titulándose Arrival of the birds, parece que todos los pájaros que tengo en la cabeza salgan volando, parece que todo su aleteo me rodee, que me regalen una chispa de brillo en la mirada para poder verlo todo distinto...
Parece que son los pájaros los que no me hacen caer en la ceguera. Parece que me mantienen con vista, incluso en un mundo tan difícil para el corazón...
Parece que ellos, con su siseante armonía, me inducen a sentir sin límites, a notar el viento, a lamer mi espuma. Parece que todos ellos aportan calor a las pieles de la gente a la que más quiero. Parece que son ellos quien hacen de este mundo, inmenso y horrible, un misterio infinito...
Parece que son sus plumas las que, limando las astillas, las han convertido en pequeños brotes blancos de los que nace un pequeño recordatorio de que siento, de que vivo, y de que amo.
Los pájaros, al parecer, otorgan infinitud a los ojos del león.
Ellos también son los que pusieron esa chispa de libertad en los ojos de toda persona que me mira siendo vista. Los que me permiten observar sus ojos de persona, su reflejo del alma, cruzando su mirada con la mía.
Ellos permiten que cada poema suene a música.
Ellos, los pájaros, permiten que las miradas sean música.
Que los gestos sean música, que las voces, una caricia o un abrazo sean así música.
Y que la música sea emoción. Que la música sea vida.
Pues al fin y al cabo, los pájaros son música.
Y, definitivamente, la música sin vida sería un error.

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