22 de marzo de 2012

"Niña obligada a casarse con su violador"

Al leer esta sentencia, me ha invadido inmediatamente una sensación de angustia, mezclada con indignación, enfureciéndome poco a poco, corroyéndome aquella última palabra. Violador. Inmundicia, desalmado. He pensado en aquel hombre inhumano, en aquella situación que ha creado, y la rabia ha venido a mí. Esa gente no tiene sangre, tiene veneno. Esa gente, que no es ni gente...
Todo ello iba rondando por mi cabeza, y yo pensando, pensando, y pensando... Cuando entonces he vuelto a leer la frase de nuevo. Y he leído "niña". Y me he parado en esa palabra. Y apaciguándome, he decidido pensar más, calmada. Y he pensado con el corazón. Y en él, se ha ido creando una sensación nueva. Y me ha calado por completo. 
Pena...
He sentido y siento pena por aquella situación penosa, en penosas condiciones, con penosas resoluciones...
Aquella niña, apenas dos años menor que yo, se suicidó. Se mató al entender su sentencia tras un juicio injusto en Marruecos, por el cual el violador no fue castigado, ya que en la ley en aquel país se establece que, si contrae matrimonio con su víctima (sin el consentimiento y con la desgracia de ella, por supuesto) se ve absuelto de cualquier cargo. ¡Inmundicia, escoria, rufianes! Pena, angustia, impotencia...
¿Qué puedo sentir, después de leer esto? ¿Qué debería de haber podido soportar? Poco a poco, y desgraciadamente, la gente toma estas noticias como pan de cada día. Y no es costumbre, no... Es con lo que tenemos que acabar. Es por lo que nos debemos de mover.
La pena pesa...
Pero nuestros gritos, mucho más.

20 de marzo de 2012

Mi paraíso...

Fuiste mi oasis en el desierto...
Y pasaste a convertirte en todo lo que eres ahora: mi paraíso.
Eres mi luz del día a día, que a pesar de estar siempre conmigo, la añoro cuando no puedo notarla, cuando no puedo acariciar su brillo.
Ahora, en mis más sinceros sueños, dormida o despierta, te apareces. Y es curioso, sí, y hermoso, el que no solo te aparezcas sino que siempre te acompañe tu sonrisa.
Sí, tu sonrisa. La sonrisa "de enamoraíco", sí, esa.
Que nunca se borra de tu cara al imaginarte.
Y así, consiguiendo esa sonrisa como el mejor regalo que jamás podría haber esperado, consigo mi felicidad.
Consigo, con un soplo de viento, con una caricia, con una palabra, y con todo lo que ello significa, ser feliz...
Y lo más importante... Siento que te hago feliz.
Siento que en todo mi amor por ti, en el "nosotros", ambos podemos comernos el mundo. Y que no haya más desierto, ¡maldita sea! Que sea todo nuestro paraíso...

17 de marzo de 2012

Diarios que traicionan

Tonta, tonta, tonta... ¡Eres tonta! ¿Por qué te preguntabas todas esas cosas? ¿Por qué te afanabas en llorar tanto, en deprimirte, en contar cada caloría, en escuchar atenta conversaciones de unos "amigos" tuyos que hablaban de suicidio, de muerte, de ignorancia, dándoselas de adolescentes "progresivos" y "filosóficos"? (Sí, filosóficos, já...)
¿No ves que me reflejo en tí? ¿No podías ser un poco más inteligente a esa edad?
Ya entiendo por qué siempre dices que la adolescencia es la peor etapa de la vida... Es porque la tuya fue frustración e indecisión constantes.
Y lo siento, de verdad que lo siento, pero menos mal que ahora eres así, eres tan tú, y te veo tan feliz.
Si no, te gritaría. Si no te viera feliz, después de haber leído esos diarios te hubiera llamado, te lo hubiera dicho, o te hubiera dejado una nota llena de rabia.
Es que es realmente curioso. Es que me dan ganas de chillar. Greenpeace, WWF, Ampy, música reivindicativa, constante omisión a las injusticias sociales que acosaban y siguen acosando a miles de personas diariamente (cuando no causan la muerte)...
Y joder, y tú vas y con todo el valor del mundo, con todo lo que hacías y todo lo que te querían tantas personas, y vas y lloras, y lloras, y al siguiente día te surge otra cosa y, bueno, como no, lloras.
Sé que todo esto no tiene sentido. Te preguntarías, si alguna vez leyeras esto, por qué me enfado tanto, bueno, es tu pasado, y es normal que tuvieras algún problema. Supongo que, como me ocurre a mí, tendrías más necesidad de escribir cuando estás menos feliz. Pero es que yo te conozco ahora mismo tan viva, tan genial, con una belleza tan abrumadora, yo qué sé. ¡Ni siquiera entiendo cómo esos amigos a los que querías en aquella época no se enamoraban perdidamente de tí!
Pero se ve que en mi desmesurado amor de hermana no tenía cabida el imaginarte diferente a como eres ahora. Te admiro mucho. La tonta soy yo... ¿Cómo pretendo echarle en cara algo a una persona del pasado? ¡Estoy rabiando por un maldito diario! Estaré loca, pero es porque te quiero. Perdona mis maneras.
Perdona también que haya estado fisgoneándote... Es que me siento reflejada en tí. Al verte, es como verme en el futuro próximo, y cuando me sentía sola esta mañana recurrí a leer tu pasado adolescente, creyendo que pensarías de manera muy parecida a mí a mi edad.
Pero me equivocaba, vaya. Me he dado cuenta de que valoro mucho más la vida como tal. Quizá sea porque estoy mucho más feliz: soy correspondida en el amor y no podría aunque quisiera engordar como lo hacías tú, por mi fisionomía.
Y qué quieres que te diga. Una hermana pequeña siempre admira inmensamente a la mayor... Y siempre adora verla tan maravillosa como es. Pero al leer todo esto, parecías ser otra persona...
Cambiamos completamente. De mi yo de hace unos pocos años al actual, poco tengo parecido. El aspecto importa una mierda, me refiero a la personalidad... A la capacidad de amar y conocer la vida... Y a tí te ha ocurrido algo parecido, pero no te echo en cara absolutamente nada.
Con solo recordar lo genial que eres, lo feliz que estás y toda la esperanza que veo en tí ahora mismo, me basta.
Perdona por fisgonearte, pero debiste darme una explicación cuando me dijiste aquello de la adolescencia... y ahora la curiosidad me ha traicionado, y echándote tanto de menos...
Te mando un beso desde aquí, desde este pueblucho que tanto odiaste y después añoraste. A mí por ahora me toca aborrecerlo, pero quizá pronto lo eche tanto de menos como lo hiciste tú. Y la historia se volverá a repetir. Y me sentiré, entonces sí, identificada contigo.

15 de marzo de 2012

Queridos poetas...

Os siento, os llamo, os admiro.
No puedo dejar de leeros, pues con cada estrofa nueva que leo, siento, descubro y me sumerjo. Puede ser una tristeza angustiosa, una esperanza vital, amor, injusticia, muerte. Cualquier cosa, con esas palabras de oro o esas emociones plasmadas tan... magistralmente.
Me extasiáis. Me siento en una nube. Y os debo agradecer que me deis todo esto.
Pues me es imposible dejar de leer ahora mismo si no es para agradecéroslo todo con mi corazón desbocado.
Pues por poesía hermosa le dedico todo el tiempo del mundo. Porque ella precisamente me evade hacia otro mundo.
¿Cuál es la magia que usáis para que todas vuestras vivencias se hagan en mi corazón? ¿Cómo construisteis tales templos? Os encuentro siempre sin esfuerzo, sólo con un poco de sentimiento.
Un poquito de sentimiento en nieve, y poco a poco el cisne renace, se deshace en palabras y me cala. Me inunda.
Rubén Darío, Aleixandre, Lorca, Dámaso Alonso, Machado, Salinas, Cernuda, Miguel Hernández...
Siempre conseguís hacerme suspirar.

13 de marzo de 2012

Maldita chuchi...

Te quiero, maldito perro, te quiero.
Tu sangre era límpida, pero tus ojos vidriosos. Y los quiero, los quiero.
Tu pelo áspero se arremolinaba junto a la gasa.
Sorpresa, susto, desconcierto, horror.
Tristeza...
La venda te presionaba. Como mis brazos.
Porque en todo momento te quiero, te quiero con locura, maldito perro...
Porque te quiero más de lo que creía.
De lo que creía antes de pensar que tendrás un fin...
Pero ahora no.
Ahora, no.
Ahora me dedicaré a quererte, a quererte mucho, más y más en todo momento.
Ahora te veré saltando y cada saltito será un grito de júbilo, por tu vida.
Porque tu existencia, maldito perro, me hace las comidas amenas.
Darte trocitos de comida bajo la mesa, tirarte la hamburguesa, tocarte las orejitas, invitarte a tumbarte junto a mí en el sofá. O cuando me escuchas tocar el piano, perro, es maravilloso.
Y ni una lágrima, ni una más derramaré delante tuyo. Pues sé que tú, con esa maldita sensibilidad que muestras, sientes mi lloro como pocos seres en el mundo...
Así que basta, maldito perro.
Vive como hasta ahora, feliz, única.
Mueve el rabo, ¡ladra!
Porque te quiero, maldito perro, porque te quiero...

11 de marzo de 2012

Viendo vivir y viviendo.

Dos chavales que serían de mi edad estaban riéndose abrazados en la plaza que se ve desde mi balcón. Él, sentado en la piedra, de espaldas, estaba inclinado un poquito hacia detrás, tumbado seguramente por el peso que le ejercía su novia, que le abrazaba cariñosamente. En cuanto hablaban, no podían evitar reírse juntos, y se besaban, a veces. Las puntillas que cubren parte de mi balcón me impedían ver la mirada de la chica, pero juraría que sus ojos resplandecían de alegría. O por lo menos, me gusta imaginármelo.
Y la situación se hizo aún más graciosa cuando, tras seguir tocando el piano, oí más risas, pero esta vez más y más agudas. Me levanté de nuevo y los dos jóvenes ya no estaban. Vi a unos niños correr en círculos por el monumento, jugando al pilla-pilla, alocados, pequeñitos y frágiles. Una niña con un abriguito rosa estaba un poco más apartada, tambaleándose un poco a cada pasito que daba. Pero otro niño se le acercó corriendo e intentó esconderse detrás de su diminuto abrigo para que no le pillasen, sin resultados. Chillaban, gritaban sin sentido y, finalmente, se reían. Eran niños.
Yo me volví lentamente, decidiendo que sería mejor seguir tocando. Pero no pude evitar sonreír, pues a pesar de no verlos ya, seguían riéndose, seguían ahí, frágiles, inocentes, pero muy, muy felices.
Me senté de nuevo en el taburete, sonriendo, y seguí tocando Bach, sonriendo.
Cuán maravillosos pueden ser unos instantes. Cuán maravilloso puede ser vivir.

Sociedad

Era una niña pequeña, pero había visto muchas cosas. Parecía permanecer impasible, pero los cambios en ella eran graduales, con pequeños pasos evolucionaba poco a poco o, simplemente, cambiaba. Antiguamente había llegado a albergar en ella muchísima injusticia. Diferencias irracionales entre unos individuos u otros, discriminaciones tomadas como una práctica habitual...
Pero ahora, lo que ella vivía era una carrera constante. La gente no cesaba de correr de un lado a otro, buscando un no sé qué que se encontraba en la superación del prójimo. Competir, ganar, competir, ganar... Y cuando la gente perdía en una de estas carreras sin sentido, se desmoralizaba, le hundía el sentimiento de no haber podido superar al otro. La niña, con sus ojos negros y su mirada profunda, observaba todo ello y no comprendía nada. Potenciándose como individuos ególatras, cada uno buscaba superar (que no superarse) y ganar, sin parar a observarse a sí mismo.
¿Con qué metas corremos? ¿Con las quimeras que nos muestra el sistema?
Con unas piernas que no son nuestras...
Entonces un día, la niña, cansada ya de tanta confusión, parará a un hombre. Le preguntará entonces, gritando, si todo esto tiene sentido, si lo ha tenido alguna vez. Si lo que está haciendo en este momento tiene sentido o no, si está corriendo por él o si lo hace por un ideal impuesto, por quimeras (poder, dinero, belleza...). Si se siente él mismo cuando su objetivo es ganar, y no aprender, cuando prefiere desvivirse a costa de otros a vivir ayudando a otros.
Y todo esto lo comprenderán los ojos de la niña, que negros como el azabache, ven como en un espejo todo cuanto en nuestro modo de vida, de sociedad y de educación se encuentra.
¿Tiene sentido esta carrera de competencia?
La respuesta está en la educación.
Algún día sus ojos negros encontrarán la Humanitas...

2 de marzo de 2012

Sí que precipita.

Como un corazón desbocado, día tras día me despierto y acabo acostándome aturdida de emociones.
Día tras día, me confundo.
Qué se puede esperar encontrándome ante los apuntes de química, con una hoja entera de ejercicios tachados, por nerviosismo, por una minúscula ansia de vida, por encontrarme a mí misma ante ello, ante problemas que no comprendo, ante el curso que se precipita.
Nunca me acabo de entender, nunca, jamás me he comprendido. ¿Y tú, me comprendes? ¿Puedes encontrarme?
No sé hacer algo. Pues bien, intento hacerlo, y lo intento de verdad. Esfuerzo, en cualquier ámbito de la vida (excepto en el disfrute, claro) para conseguir únicamente el mérito de que he conseguido hacerlo. Sólo cuando consigo hacerlo, esforzándome en la encrucijada, me pregunto: ¿y para qué? ¿Para qué saber, conocer, para qué si vuelvo a lo mismo? ¿Para qué si vuelvo a tener ansias de vivir, de sentir, en cada momento? Nadie más excepto yo me premiará por hacer lo que quiero.
Quizá necesite tiempo, durante este curso, para comprender todo cuanto estoy llevando a cabo. ¡No me dejo tiempo para pensar! Me encantaría tener más tiempo de descanso, de charlas, de amigos. Piano, sí, lo siento, lo llevo al día, lo vivo al máximo, lo estudio, lo manejo con libertad y dedicación, adoro el piano. Pero añoro el tener más tiempo para estudiarlo, como en verano, que me aferraba a él día tras día, horas, y horas. Biología, química, ciencias medioambientales; son materias geniales, interesantes, infinitas, mas no he podido pararme a explayarme en ellas, a indagar, a admirar la ciencia. Historia de la música, ojalá pudiera leerme todos los pequeños tratados de historia de la música que tengo en mi estantería, mudos, esperando mi tiempo para asaltarme por las noches. Francés, genial, prometo dedicarte tiempo tras el verano, o eso espero... Componer, vaya, me encantaría componer... Libretita...
Pero todo esto es una absurda encrucijada. Todo me conduce hacia lo mismo, y estoy intentando hacer todo cuanto quiero, todo cuanto me gusta. Sin embargo, me gustan demasiadas cosas, y entre toda la incertidumbre, me intento encontrar.
Donde erradica el problema es en los momentos fugaces donde me encuentro, que me hacen comprender, a grandes rasgos, lo que me ocurre. No son más que momentos, ya te digo, pequeños encuentros con un bienestar general, inmenso, en paz con mi identidad, y con mi ignorancia en tantas cosas. Soy yo, y como soy feliz, me encuentro en mí misma. Hoy, por ejemplo, he tenido bastantes de estos momentos: un abrazo, una interpretación, una sonrisa,...
Pero en estos momentos, no me entiendo. No entiendo mi manera de no actuar, de ser impasible, de no moverme físicamente, de no gritar.
Pero y si gritara, ¿qué ocurriría? ¿Se rompería algún cristal?
El libro de texto cerraría los ojos. Pero yo, con mirada acusadora, quedaría en una imagen petrificada en gris en mi escritorio.
Y seguiría de gris, con una mente de fuegos artificiales y el alma ardiente, esperando de nuevo un momento de vida máxima, una simple sonrisa, uno de aquellos silencios hechos a cosa hecha para ver, observar, deshacernos y precipitar todos contra todos. ¡Sentir...!