27 de febrero de 2012

Los pájaros...

Es curioso cómo un pequeño momento de música puede hacerte cerrar los ojos.
Es incluso más curioso aún que, aún titulándose Arrival of the birds, parece que todos los pájaros que tengo en la cabeza salgan volando, parece que todo su aleteo me rodee, que me regalen una chispa de brillo en la mirada para poder verlo todo distinto...
Parece que son los pájaros los que no me hacen caer en la ceguera. Parece que me mantienen con vista, incluso en un mundo tan difícil para el corazón...
Parece que ellos, con su siseante armonía, me inducen a sentir sin límites, a notar el viento, a lamer mi espuma. Parece que todos ellos aportan calor a las pieles de la gente a la que más quiero. Parece que son ellos quien hacen de este mundo, inmenso y horrible, un misterio infinito...
Parece que son sus plumas las que, limando las astillas, las han convertido en pequeños brotes blancos de los que nace un pequeño recordatorio de que siento, de que vivo, y de que amo.
Los pájaros, al parecer, otorgan infinitud a los ojos del león.
Ellos también son los que pusieron esa chispa de libertad en los ojos de toda persona que me mira siendo vista. Los que me permiten observar sus ojos de persona, su reflejo del alma, cruzando su mirada con la mía.
Ellos permiten que cada poema suene a música.
Ellos, los pájaros, permiten que las miradas sean música.
Que los gestos sean música, que las voces, una caricia o un abrazo sean así música.
Y que la música sea emoción. Que la música sea vida.
Pues al fin y al cabo, los pájaros son música.
Y, definitivamente, la música sin vida sería un error.

13 de febrero de 2012

Puntito rojo, dime...

Se adhiere sin suavidad ninguna sobre la piel. Me noto al tacto la yema presionada, pegajosa, el dedo parece más carnoso, la herida lo hincha un poco.
Un pequeño brote de sangre. Un puntito rojo oscuro, vivo, brota un poco, se expande y fluye lento, muy lentamente por el surco entre la carne y la uña. El esmalte se tinta. La carne se quema.
Lo veo a la deriva, y me pregunto cuándo me lo he hecho.Puntito rojo, ¡contéstame! ¿Cómo habrá aparecido? No soy consciente...
Puntito rojo, dime, ¿de cuántas cosas soy consciente?
Ahora recuerdo, puntito, las sensaciones de la semana pasada. Eso no fueron puntitos, fueron bloques, agobios. Menos mal que mi cura, mi salvación, mi todo,... llegó el sábado. Sin aquel día, sin ese "nosotros" quizá, puntito, ahora serías mucho más grande, y sangrante. Ahora soy consciente de aquello.
No te asustes, cariño, no temas. Tranquila, respira hondo, te quieres. No pretendas sufrir, no te hace falta, eres capaz de muchas más cosas de las que crees. Incluso aunque creas en pocas... No te asustes, pues aunque nadie podría ser capaz, tú tienes valor Sí, ese valor. Aguanta, Aguanta. Yo estoy contigo misma. Yo sé todo lo que te ocurre, y te protejo, te conozco bien y sé que debes sonreír, y que hay que ayudarte a hacerlo. Vamos, tranquilamente lo cogerás, estudiarás poco a poco y disfrutando. Vamos, tú podrás, no te asustes. Tienes muchas cosas, es normal. No llores, cariño, no llores por favor... Si él estuviera aquí... Te estás agobiando... No me tengo que agobiar...
¿Cuántos puntitos tendrán ya la tirita puesta?

7 de febrero de 2012

Cada martes

Cada martes, la veo llegar por la calle, alegre, altanera, casi saltando, con sus ropitas tan únicas y personales, con su sonrisita y sus brazos un poco en alto, recibiéndome cálida. Cruza el paso de peatones rápido, graciosa, con una sonrisa inmensa. Suelen acompañarle saludos, algún gritito que otro, o me llama por mi nombre, "¡Caroool!", y deja de gritar para poder sonreírme a distancia.
¿Me sería posible reprimir una sonrisa?
Corro, corremos para abrazarnos. Ella me rodea con sus brazos y la levanto efusivamente del suelo. Antes de soltarla, antes de cualquier otra cosa, le pregunto qué tal está. Quizá sepa ya la respuesta, quizá ya la haya notado contenta, pero el hecho de oírle un "¡Bien!, ¿y tú?" o un "Genial", me aporta más fuerzas para sonreírle abiertamente, como bien se merece. Nos damos la manita y, generalmente, entramos al Blues. Un saludo cálido a Iván, nos recogemos en nuestra mesa, y hablamos. Una tacita de café, una vaquita en relieve, una galletita compartida, migas, sus ojos, su mirada, sus ojitos. Cuánto cariño rebosa, y cómo me ayuda con su compañía en los martes grises de estudio... Me escucha, y me habla de su psicología, de su ambiente, de sus clases, sus idiomas, sus fiestas, sus anécdotas...
Salimos, paseamos y quizá nos vamos a algún sitio; tiendas, recados o academia de Bellas Artes. O incluso desayunos, esporádicamente. Es genial, porque lo compartimos, y porque vivimos amistad. Porque pocas veces podemos vernos, ¿pero qué importa?, si aún así seguimos queriéndonos ver más y más.
Compañías muy agradables, que jamás olvido, que agradezco y que me aportan alegría cada martes de cada semana.
Gracias, Irene, cariño. Por cada pequeño y alegre martes.