7 de febrero de 2012

Cada martes

Cada martes, la veo llegar por la calle, alegre, altanera, casi saltando, con sus ropitas tan únicas y personales, con su sonrisita y sus brazos un poco en alto, recibiéndome cálida. Cruza el paso de peatones rápido, graciosa, con una sonrisa inmensa. Suelen acompañarle saludos, algún gritito que otro, o me llama por mi nombre, "¡Caroool!", y deja de gritar para poder sonreírme a distancia.
¿Me sería posible reprimir una sonrisa?
Corro, corremos para abrazarnos. Ella me rodea con sus brazos y la levanto efusivamente del suelo. Antes de soltarla, antes de cualquier otra cosa, le pregunto qué tal está. Quizá sepa ya la respuesta, quizá ya la haya notado contenta, pero el hecho de oírle un "¡Bien!, ¿y tú?" o un "Genial", me aporta más fuerzas para sonreírle abiertamente, como bien se merece. Nos damos la manita y, generalmente, entramos al Blues. Un saludo cálido a Iván, nos recogemos en nuestra mesa, y hablamos. Una tacita de café, una vaquita en relieve, una galletita compartida, migas, sus ojos, su mirada, sus ojitos. Cuánto cariño rebosa, y cómo me ayuda con su compañía en los martes grises de estudio... Me escucha, y me habla de su psicología, de su ambiente, de sus clases, sus idiomas, sus fiestas, sus anécdotas...
Salimos, paseamos y quizá nos vamos a algún sitio; tiendas, recados o academia de Bellas Artes. O incluso desayunos, esporádicamente. Es genial, porque lo compartimos, y porque vivimos amistad. Porque pocas veces podemos vernos, ¿pero qué importa?, si aún así seguimos queriéndonos ver más y más.
Compañías muy agradables, que jamás olvido, que agradezco y que me aportan alegría cada martes de cada semana.
Gracias, Irene, cariño. Por cada pequeño y alegre martes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario