Detrás, las luces ondulaban inmersas en la multiplicidad de
azules.
Ante mí, y aunque el gris bañara la nitidez de sus
facciones, la luz se concentraba en su cara, en todo su ser, y había un
atractivo más allá de lo físico, de lo espiritual, algo que atravesaba la luz
–por muy intensa que fuese- que hacía detener todo cuanto había a su alrededor.
Neutralizaba con su mirada cualquier pensamiento y hacía del silencio
significado.
Abrió los ojos como siempre los abre y buscó el vacío que me
atrae inexorablemente hacia él.
No, no fue simple aquel momento. Tuvo que suceder algún
milagro.