24 de octubre de 2013

Nuevo comienzo.

Le desvela una extraña sensación. Apenas abre los ojos. Mira hacia la almohada, encogida.
Son las cinco de la mañana y la tormenta choca contra las ventanas de la buhardilla.
El tiempo fluye. A ella le parece eterno.
Es duro comenzar algo tan diferente. Se le hace complicado y le frustra. Y a veces llora porque no sabe en cuál de las mil cosas que tiene en la cabeza pensar ahora.
Sabe que quiere recuperar algo, pero no sabe exactamente el qué. Sabe que quiere aprender algo nuevo que se le hace grande. 
Pero también sabe que no quiere muchas cosas que pueden ocurrir sincerándose. Dar pena. Recibir compasión. Recibir consejos fáciles e inútiles que le hagan sentir simple.
Así que ella se queda sola recordando un momento dulce de la otra noche.

No sopla el viento. Cortinas blancas. Junto a ella aquella noche estaría él, durmiendo con esa respiración mínima, pausada, pequeña y blanda. Sus negras pestañas son un acantilado. Le beso la frente. No puedo evitar llorar. Cuánto lo he anhelado. Su mente vuelve a ser un naufragio silencioso. Me acuerdo de aquella carta. Seda. Le acaricio la espalda con la yema de mis dedos fríos. Sé que vibraría. Me despierto sintiendo sus escalofríos por toda la columna vertebral.
Noto su mirada en la nuca. Grito. Me puede.