15 de mayo de 2014

Los azules

Detrás, las luces ondulaban inmersas en la multiplicidad de azules.
Ante mí, y aunque el gris bañara la nitidez de sus facciones, la luz se concentraba en su cara, en todo su ser, y había un atractivo más allá de lo físico, de lo espiritual, algo que atravesaba la luz –por muy intensa que fuese- que hacía detener todo cuanto había a su alrededor. Neutralizaba con su mirada cualquier pensamiento y hacía del silencio significado.
Abrió los ojos como siempre los abre y buscó el vacío que me atrae inexorablemente hacia él.


No, no fue simple aquel momento. Tuvo que suceder algún milagro.

2 de mayo de 2014

El rincón para pensar

Cada vez que vengo aquí, recuerdo en silencio cosas que no han ocurrido. "Es la última vez que le imagino viniendo hacia aquí", me digo.
Pero no puedo.
Mis ilusiones se alimentan de todas estas fantasías. Sonrío. No sé cómo todavía soy tan ilusa.
El viento me recuerda sus manos acariciando mi cara. El movimiento de sus dedos decidido y amable. Sus ojos tras sus pestañas mirando hacia su interior.
Cada vez que me ama noto cómo se refugia en su propio amor. Palpa y disfruta sus sentimientos. Se maravilla del milagro de las cosas de verdad. Las verdades inmutables.
Me mira y ve a través de mí mi ser, mi estado y mi acción; y junto con sus emociones, comprende nuestra realidad conjunta.
... las sombras se alargan y el río es más brillante.
Cómo desearía abrazar en este instante todos los momentos que se nos escapan día tras día.

29 de diciembre de 2013

Un haiku

El joven la miraba fijamente. Su camisón blanco parecía suave como la seda. Ella se inclinó en una sutil reverencia, hasta donde le permitía su cuerpo envejecido, y le mostró una sonrisa agradable, gentil y complaciente. Tenía el espíritu lánguido y la mirada intensa de las ancianas japonesas, el gesto armonioso. La piel de dragón. Le tendió ambas manos y él aceptó la invitación. La mujer le llevó por el sendero lentamente y él pudo observar cómo temblaban los pliegues del camisón sobre la piel arrugada de su cuerpo. La elegancia de la vejez es perturbadora. Continuaron andando horas y horas. Él ya no necesitaba conocer la finalidad de sus actos. Ella era la Comprensión.
Pasaron dos jornadas enteras andando de esta manera. El sol quemaba al mediodía cuando la anciana paró. Ya habían pasado todos los campos de arroz y estaban en la linde de un prado verde. Ella se agachó costosamente y cogió con las manos temblorosas una flor salvaje. Él la ayudó a sujetarse y tendió su mano para alcanzar la flor. La anciana sólo sonrió. Con dos dedos, pulgar e índice, aplastó los pétalos y después los tiró al suelo. Cuando terminó de levantarse su expresión volvía a ser totalmente relajada y armoniosa. Le cogió la mano al joven y, sin mirarse, emprendieron el camino de vuelta, imperturbables.

Este camino
ya nadie lo recorre,
salvo el crepúsculo.

30 de noviembre de 2013

Frágil y cándido

Dos coníferas mustias se hunden en la niebla.
Se retuercen de frío.
Gimen.
Nacen de su espesa soledad y perfuman sus sombras. 
Hubo una vez en que ellas multiplicaron su reflejos por necesidad. Pobre de ellas que mueren en sus pozos. Lo multiplicaron debido a la basta niebla. Y ahora no pasa nada, ¿vale? Ahora acicalan sus reflejos, los miman y los adoran para cuando revivan. Entonces esa multiplicidad será de alegría. 
Y se engañan pensando que el pozo es un acantilado. Que caen y llegan al mar, pero entonces no. Llegan a más oscuridad. Luego divisarán un oasis. Y el pozo se abrirá gracias a los reflejos. Pero solo por un instante. Será solo un momento. Otro más. Efímero. Tierno como el mejor pero finito y cruel. Eso constituye la niebla.
Se le quiebran un poquito más sus ramas.
Gime ella y su eco, y gime de pena hasta quién sabe cuándo.

16 de noviembre de 2013

Su todo

En esa belleza de ojos se encuentra el espíritu del mundo.
En su brillante mirada el placer y el misterio del pensamiento y la expresión se funden y me atraen inexorablemente.
Es etéreo, hondo y oscuro...
Parezco imbécil intentando describir algo totalmente inexplicable.
Pero es que es tan hermoso que ya no me queda llanto con el que rendirme a tal milagro.

15 de noviembre de 2013

Madrugada del tren

Seis de la madrugada.
No sopla el viento y el aire es fresco e intranquilo, como si una tormenta fuera a vecinarse.
Me encanta sentir los momentos de transición.
Ingravidez, palpitación adormecida.
Siento su sonrisa inundándome el corazón. La humedad de la esperanza y su rocío sereno.
Poco puede detenernos. Poco puede angustiarnos.
Nunca nada será imposible si de la voluntad depende.

24 de octubre de 2013

Nuevo comienzo.

Le desvela una extraña sensación. Apenas abre los ojos. Mira hacia la almohada, encogida.
Son las cinco de la mañana y la tormenta choca contra las ventanas de la buhardilla.
El tiempo fluye. A ella le parece eterno.
Es duro comenzar algo tan diferente. Se le hace complicado y le frustra. Y a veces llora porque no sabe en cuál de las mil cosas que tiene en la cabeza pensar ahora.
Sabe que quiere recuperar algo, pero no sabe exactamente el qué. Sabe que quiere aprender algo nuevo que se le hace grande. 
Pero también sabe que no quiere muchas cosas que pueden ocurrir sincerándose. Dar pena. Recibir compasión. Recibir consejos fáciles e inútiles que le hagan sentir simple.
Así que ella se queda sola recordando un momento dulce de la otra noche.

No sopla el viento. Cortinas blancas. Junto a ella aquella noche estaría él, durmiendo con esa respiración mínima, pausada, pequeña y blanda. Sus negras pestañas son un acantilado. Le beso la frente. No puedo evitar llorar. Cuánto lo he anhelado. Su mente vuelve a ser un naufragio silencioso. Me acuerdo de aquella carta. Seda. Le acaricio la espalda con la yema de mis dedos fríos. Sé que vibraría. Me despierto sintiendo sus escalofríos por toda la columna vertebral.
Noto su mirada en la nuca. Grito. Me puede.