30 de noviembre de 2013

Frágil y cándido

Dos coníferas mustias se hunden en la niebla.
Se retuercen de frío.
Gimen.
Nacen de su espesa soledad y perfuman sus sombras. 
Hubo una vez en que ellas multiplicaron su reflejos por necesidad. Pobre de ellas que mueren en sus pozos. Lo multiplicaron debido a la basta niebla. Y ahora no pasa nada, ¿vale? Ahora acicalan sus reflejos, los miman y los adoran para cuando revivan. Entonces esa multiplicidad será de alegría. 
Y se engañan pensando que el pozo es un acantilado. Que caen y llegan al mar, pero entonces no. Llegan a más oscuridad. Luego divisarán un oasis. Y el pozo se abrirá gracias a los reflejos. Pero solo por un instante. Será solo un momento. Otro más. Efímero. Tierno como el mejor pero finito y cruel. Eso constituye la niebla.
Se le quiebran un poquito más sus ramas.
Gime ella y su eco, y gime de pena hasta quién sabe cuándo.

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