1 de noviembre de 2011

Cosquillas

Cavaba mi padre con la azada un hoyo circundante al fino tronco del pino.
La hierba saltaba como fuegos artificiales y el sonido del metal al chocar contra las piedras me hacía estremecerme y cerrar los ojos involuntaria y violentamente.
Cuando el hoyo estaba lo bastante hondo, él me pidió que inclinara el tronco. Consideró cortar la última raíz a golpe de azada y doblando éste le sería más fácil.
Pero el primer golpe se desvió. Dio a parar contra la tierra y casualmente partió una piedra. De debajo de ella, por la grieta que había hecho, empezaron a salir hormigas.
Mientras, mi padre seguía a su labor.
Salieron más hormigas de las que me esperaba. Empezaron a corretear en fila y escalando las briznas del césped hasta alcanzar la altura de mis pies. Estaban todas debajo de mí.
De pequeña me encantaba aplastarlas. Tapaba con una roca o arrastrando tierra el hormiguero y aquellas que querían volver y que se aturdían al llegar hacia mí eran pisoteadas.
Ahora me río de todo ello. Si fuera verano y llevase sandalias, dejaría que me escalasen al pie. Cuando notara las cosquillas a la altura del tobillo, agitaría la pierna y caerían de nuevo al suelo, aturdidas pero ilesas.

De pequeña me gustaba conservar mi más íntima naturaleza. Adoraba sentirme especial y solía hacer chiquilladas para ocultar mis sentimientos.
Ahora me gusta demasiado ocultarme tras la vergüenza hacia la opinión y los prejuicios. Adoro sentirme rara y suelo hacer locuras para mostrar mis sentimientos.

De pequeña no sabía disfrutar de las cosquillas que te hacen las hormigas.
E ignoraba tantísimas cosas...

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