8 de octubre de 2011

El fulgor...

No podía parar de reírme.
Era tan prolongado que parecía destinado a la infinitud.
Era tan repentino que parecía una locura.
Era tan bello que parecía una ficción.

Su mirada suave y dulce, su pelo denso e indómito cubriéndole el cuello, su piel clara, su gran cuerpo...
Su aliento cálido al abrazarme, al rozarme la piel.
Todo su carácter pasional, la emotividad que rebosa, su voz de león. Sus pequeños mordiscos.
Mis besos rápidos, atacándole. Sus sonrisas al sorprenderle. Mis ronroneos, sus caricias por mi espalda.
Su manera de apretarme la mano cuando nos las cogemos, comprobando si es todo real, calentándome la piel.
Su graciosa obsesión por la seguridad al cruzar la calle y por tener un cierto control de la situación.

Y sus miradas furtivas. Las adoro, las miradas furtivas. Las hace para comprobarme, para llevarme a su realidad, a nuestro mundo, para objetivizar mi visualización exterior. Si le pillo y le devuelvo la mirada, me sonríe escuetamente con aquella sonrisa maravillosa, arrebatadora. Me pide en silencio que le devuelva la sonrisa y, a veces, cuando me pilla por sorpresa, me hace reír para mis adentros.
Aún preservo la vergüenza. Aún deseé yo también mirarle furtivamente más a menudo, aunque con algo de temor a que me descubriera. Tuve un gran margen a todo este tipo de emociones que me sobrevenían... por una simple e infundada indecisión.

Pero supongo fue anoche el abrazarle tan de cerca y el roce de nuestra nariz, y todo se redujo a nosotros dos. En mi cabeza sonaba nuestra Romanza. Un gran vuelco al corazón y cuando abrí ligeramente los ojos ahí estaban ya rozándose nuestros labios...
Fue entonces cuando no pude parar de reírme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario