28 de septiembre de 2011

Las ensoñaciones del paseante solitario

Te encontré. Sin siquiera buscarte, te adentraste en mí.

Pocos me sumergen de esta manera. Tú eres uno de ellos. Muchos menos me empapan con sus palabras, gotas de lluvia, salvaciones en aulas grises de gris ciencia, grises compañeros, aire gris.

El pupitre (más gris verdoso que verde grisáceo, debo añadir) se alía con su ser y su existir en el espacio para permitir abstraerme en el tiempo. Cuánto hubiera dado, fiel confesor, minúscula salvación entre la monotonía de las mañanas, por pasear junto a tí y haberte podido leer el pensamiento a tu paso. Y sin embargo en estos días semigrises, semiverdes, tus palabras me despiertan para mirar por la ventana.

Te he compartido, al fin y al cabo, y siento haber desprestigiado ciertamente tus palabras al llevármelas a mi terreno, autoidentificándome. Pero eres dulce, dulcísimo. Renegado, un incomprendido que quiere ser incomprendido, un amador, un romántico encerrado por su época, por sus condiciones, por sus circunstancias.

Por sí mismo y por su capricho, en cierta manera.

Comprenderás por qué me autoidentifiqué, Jean-Jacques.

Porque no sé qué harás con las flores que portas. Porque miras y crees verlo negro. Y en el fondo sabes que no es porque tú estés ciego.

En el fondo, lo sabes.

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