27 de diciembre de 2011

Los regalos

Jingle bells, jingle bells...
¿Pero qué coño...?
Hacia Belén va una burra rin rin...
Ay no, por favor...
Ooooh Blanca Navidad...
Mierda...

Después de haber escuchado un potente "¡Belén, campanas de Belén!", me he quitado el edredón de un tirón seco y me he quedado mirando al techo, sintiendo el frío en el aire, en el ambiente, en la superficie de colcha que no había cubierto mi cuerpo por la noche. En todo lo que me rodeaba, en fin.
Pero por más que me esforzase, no podía fruncir el ceño. La Navidad estos días se me ha echado encima muy de repente. Hace apenas unas horas parece que estuviera de exámenes. Hace apenas unas horas no había tantas lucecitas y adornos allá donde mirase, afanándose por ocultar el gris del ambiente y la monotonía de un invierno seco y rasposo.
Encendieron un día los altavoces de la calle y todas las mañanas no paran de sonar villancicos que ya han perdido todo su sentido como música y como ambientación, y han pasado a ser detalles necesarios, que más que ambientar, despiertan. Además, son una especie de villancicos modernizados con ritmos muy marcados y una base repetitiva y dura que me recuerda a las tiendas de ropa. Quizá se utilicen para lo mismo; quizá quieran decir a todos los transeúntes: "¡Comprad, comprad, que estáis en Navidad!". Lo que está claro es que, por más villancicos, lucecitas de colores, papás noel, reyes magos, regalos, etcétera, que te pongan, estas fechas son únicamente para sentir. Esa es su verdadera esencia, por más que quieran desvirtuarla por un lado con compras masivas y sin sentido y por otro lado con espiritualismos religiosos y adoraciones.
Y aunque me parezcan tan grises esas visiones de la Navidad, y esos mensajes que intentan hacernos llegar por todos los medios (como si se tratase de un acoso masivo más que de un sentimiento propio e individual), insisto en que esta mañana no he podido fruncir el ceño. Y no me ha extrañado en absoluto.
Al fin y al cabo, estoy haciendo lo que pretendía hacer con la Navidad. Relajarme más, pensar menos, sentir intensamente, tocar el piano y dedicar todo el tiempo posible a mis seres queridos y a quien amo. Y una vez cumplido, correspondida y relajada, con nuevas ilusiones cada día y con locuras y momentos pasionales intercalados, ¿qué más se puede pedir? Pues bien, sigo pidiendo más. Más abrazos de saludo, más "te amo", más manos entrelazadas, más tiempo observándole, más caricias en la piel, más música juntos, más hablar y hablar y hablar, más tés, más cervecicas, más risas con amigos, más suspiros, más pasión, más morritos, más sonrisas, más locuras, más anhelos,... Y un beso más detrás de otro, por favor; que son todos y cada uno, los regalos de Navidad más bonitos que podría tener jamás.

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