7 de junio de 2012

Sin ojos

Lo perseguía, lo perseguía, lo estaba persiguiendo.Corría con sus cortitas piernas por delante de mí, agitando sus brazos sin sentido, sin seguir el compás de las piernas. Era gris, sí todo él era de color gris.
Me paré en seco. ¿Qué hacía yo corriendo tras un niño gris? ¿Qué pretendía?
Bajé la vista para mirarme las piernas. Se me salieron los ojos de las órbitas cuando comprendí qué estaba pasando. No tenía piernas.
Volví a mirar rápidamente al frente buscando a ese niño. Estaba a unos metros delante de mí, quieto, mirándome de frente. Era completamente gris y tenía la cara tapada por una máscara antigás. Me producía temor no poder mirarle a los ojos. Sin embargo yo era vulnerable, allí, con la mirada transparente, toda desnuda, en posición de defensa.
"No, extraña"; creí oir del niño enmascarado.
"No, extraña";  repitió al lado suyo un hombre gris con otra máscara.

Tengo y siempre he tenido estas situaciones problemáticas durante toda mi vida. Se han repetido con el transcurso del tiempo y parece que me acompañarán allá donde vaya. La gente me mira sin ojos. Ese es un problema.
Yo adoro las miradas. Las adoro con locura. Hay momentos en los que ruego y pido a alguien en silencio una mirada, una dirigida explícitamente a mí, una regalada.
¿Que qué consigo con eso? Una puerta. Una entrada (o una salida) a la intimidad del otro. Y qué importa si no lo conozco, si es o no amigo, si ama u odia. La confianza y la fidelidad a las palabras trae siempre problemas, lleva consigo el factor sorpresa de descubrir si es cierto o no lo contado. Pero si te miran, no te dicen nada. Ahí está la clave, por eso adoro las miradas: porque están rebosantes de sentido, porque tienen gran poder; no expresan un mensaje, sino una intención. Te muestran el estado inmediato en la espontaneidad de un acto tan fugaz como una mirada. Sin embargo la gente detesta la espontaneidad, detestan ser adivinados, odian tener ojos. Por eso nadie los tiene. Y es una lástima, sí, una lástima, y para mí un dolor...
No sólo es así de triste esta realidad sino que tiene una consecuencia directa también fatal. Tú dirás, qué pensará esa gente cuando encuentre a alguien con ojos, cuando les impacte la mirada de alguien que se deja ver. No soportan esa sencillez humana y les amedrenta que puedan ser vistos. Se ocultan, se tapan, huyen, y a la vez, me arrebatan la oportunidad de ver sus ojos.
Y son grises, porque sin iris no tienen color.
Y me llaman extraña, y me arrebatan el placer humano de compartir miradas.

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