22 de junio de 2012

Nostalgias en el avión

En esta vida todo tiene un precio. O eso dicen.
Viendo las nubes cubrir como una gran sábana los prados de Inglaterra, con las risas y los gritos espontáneos de un niño tras de mí, con una leve sensación de sueño que me adormece y a la vez me embriaga.
En esta vida todo tiene un precio, o eso se aventuran a decir quienes lo han pagado caro.
Para mí, todo esto es un regalo inmenso. Creo que estas vivencias, estas pequeñas experiencias surgidas una tras otra, fuera de nuestra hipotética rutina y vividas fuera de la hipótesis, me enriquecen y me ayudan a crecer. No hace falta deformar el valor de algo por lo que cueste conseguirlo.
¿Que cuál es el precio de esto? Comprobar, quizá, hasta dónde es un regalo y hasta dónde sale caro.
Y es que es evidente que la gente más experimentada suele parecer más desengañada, más pesimista, parece que la jugada les ha salido bastante cara... ¿podría ser así? Y es entonces cuando se aventuran a decir que todo tiene un precio. Pero eso es porque desgraciadamente han olvidado los regalos.
Aquellos que les son dados y los que ellos mismos dan. Se olvidan de todo, se encierran en sus fracasos o en sus errores, buscando la salida en una ironía amarga y en el conformismo. Pero es muy fácil la salida a esto.
Que miren a los ojos de quien te ha regalado algo.
Que no digan nada y sólo expresen con la mirada el significado que ha tenido para ellos.
Y finalmente, que cumplan con sus palabras lo que su mirada ya había dicho a gritos.
Conseguirán con estos tres pasos recordar ese regalo. Conseguirán además regalarle una gran, gran sonrisa a quien te lo haya dado.
Y la vida entonces se convertirá toda en un regalo. Tuyo, suyo y vuestro.
Y no tendrá precio, no. No tendrá precio...

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