2 de julio de 2012

Así, tan simple, tan rápido

- ¡Hola!, creí oír de su amplia, blanca, perfecta sonrisa.
-Hola, Rocío; dije yo, perpleja, manteniendo la sonrisa para recibir su cálido saludo.
Hacía calor, mucho calor, y la habitación estaba en penumbra. La música rebotaba de un lado a otro de la sala y el ritmo latino se clavaba en mis sienes. Aprovechando el momento, la alegría del ambiente, la fiesta, y con medio cubata en mano, me dispuse a bailar con mis amigas en el pequeño escenario. Y ella, Rocío, estaba detrás de mí bailando también. Ella, una Rocío que poco o nada conozco, ella, Rocío, una antiquísima amiga mía, de mi infancia, mi íntima compañera en las clases de ballet a los 7 años. Me saludó, de repente, cuando me di la vuelta mientras bailaba y hablaba con mis amigas. Rocío, un pequeño espejismo que había visto durante mis años en el instituto como un recuerdo difuso de alguien a quien conocí- y bien- hace mucho, mucho tiempo.
-Íbamos juntas a ballet, ¿te acuerdas?
La miré durante el tiempo suficiente para corroborar que estaba mirándome, que esperaba una respuesta y que mantendría esa sonrisa durante toda nuestra conversación, seguramente. ¿Pretendía hacerme ver que estaba feliz de volver a hablar conmigo? Podríamos haber hablado mucho antes... Pero sí, yo también estaba feliz, aunque sorprendida.
-¡Ay sí, claro que me acuerdo! -sonreí, esta vez espontáneamente- ¿Qué tal va todo?
Me contó que le iba muy bien, que estaba contenta de saber que a mí también me iba bien, hablamos sobre la fiesta y... entonces fue cuando sacó el tema.
Que este año había abierto los ojos con Fernando. Que es una persona muy especial, que le había enseñado a preguntarse cosas sobre el mundo de las que nunca antes había dudado. Que, habiéndose criado en un ambiente muy capitalista, él le había abierto los ojos.
Yo la miraba, perpleja, contenta pero algo extrañada. Le había abierto los ojos. Le sonreí de nuevo y, entre el ambiente agobiante de tantos cuerpos bailando alrededor de nosotras y demasiado cálida sonrisa, sólo se me ocurrió contestarle que, en efecto, era una persona muy especial.
Me habló de que le había comentado algo sobre la visita a Villena y yo le invité a venirse cuando supiéramos cuando íbamos a ir. Fuimos a por los móviles, cogí su número de teléfono y nos separamos. Así, tan simple, tan rápido.
Ella es desde luego una chica muy guapa. Forma parte de un grupo con el que no simpatizo pero ella, desde luego, es muy agradable. Es muy presumida y le gusta vestirse bien y maquillarse. Es físicamente muy madura y parece gustarle mucho comprar ropa y estar rodeada de amigos. Y yo, más baja que ella, bastante más diferente. Nos une el hecho de que compartimos aquel año en la infancia siendo muy buenas amigas, y el que Fernando probablemente le hubiera hablado de mí.

Ahora estoy mirando los contactos del móvil. "Rocío Fhj", la guardé así. En esas tres últimas letras aleatorias está encerrada su identidad, la idea de que es esa y no otra Rocío.
He recordado de repente el momento en el que dijo que se había criado en una sociedad capitalista, que él le abrió los ojos.
Y ahora estoy recordando aquel momento de la noche en que, por última vez, la vi bailar y mover su faldita mientras cantaba con un amigo una canción pop. La misma sonrisa, la misma para aquel chaval. Parecía estar aparentando, ¿o quizá no? No lo sé, pero deseé que no fuera así. Miré sus tacones, miré su pintalabios. Recordé que no había una sola vez que la hubiera visto sin estar arreglada.
Recordé tristemente "Me ha abierto los ojos"...

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